—Hola Jim , soy Xavi.  Es un placer poder compartir este rato contigo.

—El gusto es mío Xavi.  Sé que has hecho un gran esfuerzo para estar aquí hoy.  ¡Te felicito!

—Jim, te confieso que puse mucho empeño para no perder la oportunidad.  El año pasado te vi por primera vez en un escenario, no sabía ni quién eras, y en 5 minutos me dejaste con la boca abierta.

—Cuéntame, me fascina escuchar historias… sobre todo si hablan bien de mí— y se sonrió con ese estilo tan suyo con el que era obvio que no le sorprendía, pero que a la vez te mostraba genuino agradecimiento por el cumplido.

—Fue en Río de Janeiro, mi primera vez en una conferencia sobre emprendimiento.  Recuerdo que tu primera intervención fue inesperada porque el CEO de la empresa te llamó al escenario para saludar y tú, sabiendo que no era tu turno, supiste enloquecer a la audiencia con sólo dos palabras «Viva Brasíl» … y te bajaste del escenario.

—Sí, lo recuerdo.  Fue fácil, la gente ya estaba muy emocionada, felices de estar ahí … y encima llevan la samba en la sangre— y volvió a sonreír con picardía. —No hacía falta decir más, además, ese no era mi momento para hablar, mi turno era al día siguiente.

—Me impresionó la facilidad con la que supiste aprovechar el momento para  elevar el ánimo de la gente a la vez de dejarnos a todos con ganas de más.  Sin duda yo fui uno de los que contaron los minutos hasta tu ponencia al siguiente día.

—Tiene truco Xavi.  La gente ya venía con interés en escuchar.

—Eso me lleva a la pregunta que he querido hacerte todos estos meses y la principal razón por la que luché para estar aquí contigo hoy.  Para captar la atención de mi audiencia yo siento la necesidad de recurrir a gesticular, entonar, alzar la voz, usar herramientas audiovisuales, casi que tengo que hacer saltos mortales para que no se me distraigan.  Sin embargo, yo vi cómo tú, sentado en una silla con tu pequeño diario en la mano, fuiste capaz de mantenernos a todos en el filo de nuestros asientos durante dos horas, completamente enfocados, casi hipnotizados.— Jim me escuchaba y mantenía esa sonrisa propia del adulto que escucha al niño hacer preguntas sobre gatitos.


—¡Ajá!  Y cuál es esa pregunta?— como si él ya supiera cual era.

—¿Dónde puedo aprender a ser influyente como tú?  ¿Qué curso de oratoria puedo tomar? Dime donde debo ir y yo iré;  me da igual si tengo que ir a otro país a hacer el curso.— Jim tomó un sorbo de su vino y respondió:

—Xavi, yo nunca he hecho un curso. He leído mucho, he trabajado mucho, me he asegurado de ser cada día mejor, he cultivado mis habilidades sociales, y eso, con los años, me ha llevado a ser un hombre próspero con un mensaje que puede ser de utilidad para los demás.  Es sencillo:  ALCANZA TU ÉXITO PERSONAL, SÉ LA MEJOR VERSIÓN DE TI MISMO, Y LA GENTE QUE QUIERA APRENDER CÓMO ELLOS PUEDEN LOGRARLO, TE QUERRÁN ESCUCHAR.

Ésta fue un conversación que sostuve con Jim Rohn en Caracas, Venezuela, en el año 98 y que me marcó de por vida.  Me he pasado los siguientes 23 años procurando ser la mejor versión de mí mismo…. en todos los sentidos.


Con los años me di cuenta de que este fundamento era válido en todas las instancias de la vida.  Siempre que he querido ser un agente de cambio y eventualmente lograr influir en mis hijos, mis amigos, mis socios, mis clientes, mis vecinos, lo primero en lo que me he enfocado ha sido en lograrlo primero para luego poder contarlo.  El «ejemplo» sigue siendo el músculo detrás de la herramienta y de la teoría; no he conseguido nada más potente y convincente.

A lo largo de todos estos años tuve la fortuna de compartir con Jim docenas de veces, tanto en público como en privado, y siempre, siempre, vi a un Jim Rohn, mejor que la vez anterior.   Hasta el final siempre fue fiel a su máxima de predicar con el ejemplo.

«Para que las cosas mejoren, tú tienes que mejorar»
Jim Rohn, 1.930-2.009

Xavi Soler

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