¡Mamá tengo miedo!
¡Miedo! ¿A qué hija mía?
Al monstruo negro que está en la pared, y que me viene a buscar cuando estoy en la cama.
¡Qué no niña mía, que no! ¡Qué los monstruos no existen!
Y así una no combate el miedo, aprende a buscar consuelo en conejitos y muñecas que abrazan la noche teñida de músculos contraídos y agudeza sensorial.
¡Luis tengo miedo!
¡Miedo! ¿A qué preciosa mía?
A que todo esto esté mal, a que mis padres se enteren, a que me haga daño, a que ¡luego que pasará!, a que no sé lo que debo hacer, a quedarme embarazada.
¡Qué no preciosa mía, que no! ¡Qué yo te quiero y lo demás no existe!
Y así una aprende a buscar en el tabú y en lo prohibido las justificaciones que te hacen “mayor”, una aprende a vencerlo desde la mentira, una aprende a mezclar los sentimientos con la razón.
¡Marisa tengo miedo!
¡Miedo! ¿A qué amiga mía?
A la responsabilidad, a fracasar, a quedarme sin trabajo, a que Jorge me engañe, a que el niño venga bien, a sufrir.
¡Qué no amiga mía, que no! ¡Que eso sólo son fantasmas que no existen, sólo son tus pensamientos!
Y así una no combate el miedo, aprende a darle la cara, a rebozarlo con carácter, con lucha, con tesón y alegría, y acaba una creyendo que se ha comido el miedo porque debe empezar a comer de los miedos ajenos.
¡Hijo tengo miedo!
¡Miedo! ¿A qué mamá mía?
A que no te vaya bien en la vida, a que te equivoques, a que sufras, a que tengas miedo.
¡Qué no mamá mía, que no! ¡Qué yo sé bien lo que hago, que ya no soy un niño!
Y así una retoma el otro miedo, aprende a tener miedo para los demás, aprende a ser valiente sobre todo con los seres queridos, haciéndose fuerte y débil a la vez, adornándolo con experiencia que es el lazo más apropiado.
¡Maribel tengo miedo!
¡Miedo! ¿A qué Maribel?
Pues tengo miedo a que ya no tengo miedo
Y así el miedo se convierte en un bastón donde sabes te has apoyado toda la vida y, sin darte cuenta te ha acompañado durante el transitar y al final, ya no tiene fuerza sólo en la forma, ya no te paraliza, ya te advierte que enfrentes las cosas.
Te permites diferenciar el enfrentar al afrontar.
Enfrentar con batalla, con cierta resistencia sabiendo que al final recogerás cadáveres en algún u otro lugar.
Sin embargo, al afrontar, con actitud de reto de logro de estímulo por crecer, solo sacudirás el polvillo que ha podido dejar el esfuerzo y el valor.
¡Eso sin miedo!
Con conciencia del miedo ajeno y lejos muy lejos de todos los que uno ha sentido hasta ese día.