¿Estamos preparados para morir?
Uno ya está en esa edad en la que es más habitual tener que acudir al tanatorio que a la Iglesia. Los tiempos de bodas, bautizos y comuniones, han dado paso a los encuentros sociales en funerales. El irremediable e irrefutable paso del tiempo.
No hace mucho tiempo, tuve que acudir ante el fallecimiento del padre de una de mis amistades. Esas amistades de la zona de chalets donde tuve la suerte de pasar las estaciones estivales de mi infancia, y donde se forjaron esos lazos entre quienes allí morábamos tres o cuatro meses al año, dejándonos la piel, literalmente, verano tras verano.
Jose se llama mi amigo. Y me enteré como siempre, por la familia. “¿Sabes quién ha fallecido?”. Esa frase que durante determinadas épocas parece volverse habitual. Esa frase que te prepara para un evento triste, usualmente doloroso, aún por esperado que fuera. Sin embargo, al llegar al tanatorio, algo me dijo (mi intuición, probablemente) que esta ocasión iba a ser diferente.
Nada más entrar me encontré con mi hermana. Gesto serio pero no demasiado. Justo al saludarla, se dio la vuelta mi amigo Jose y me recibió, con una sonrisa en la cara, una sonrisa como creo que no había visto nunca. Siguió un sentido abrazo y mis palabras de condolencia. Al separarnos, ahí seguía esa perturbadora sonrisa. Lo entendí.
– ¿Cómo estás? – dije
– ¡Bien, Juan, muy bien! ¿Sabes? Ha sido todo muy emotivo, se ha ido muy tranquilo, y nos ha transmitido una gran paz a todos.
Y así, con esas palabras, y ese imperturbable gesto de serenidad que transmitía, me contagió hasta tal punto que las lágrimas afloraron.
El relato consiguiente expuso la calma con la que se pudieron despedir de él. Su padre solo tenía palabras de agradecimiento por todo lo vivido. Por haber podido disfrutar de una vida plena con su mujer, sus hijos, su familia. Fue una ceremonia de despedida, no definitiva, un “hasta luego” embutido en la seguridad de volver a encontrarse en otro tiempo, en otra dimensión, en quién sabe dónde, quién sabe cómo, quién sabe cuándo…
Y continuamos hablando, animadamente, con esa sensación de plenitud del momento, sobre los tabúes de la muerte, de lo poco capacitados que estamos para afrontar ese momento cuando llega. Porque nada ni nadie, salvo nosotros mismos, nos prepara de cara al inevitable instante que, tarde o temprano llegará. Porque, si algo hay seguro en esta vida, es que morimos. Y curiosamente, evitamos este tema hasta que es tarde.
En esos momentos, juegan un papel fundamental las emociones, la educación emocional que hayamos recibido o adquirido. Para quien se va y para quien se queda. Y, posiblemente, sea en las ocasiones en las que podemos despedirnos de quien va a abandonar este mundo, cuando peor lo gestionemos.
Cayetano, el padre de Jose, nos dio, en su despedida, una gran lección de vida. Una enorme enseñanza de preparación, de afrontar un momento decisivo, el de la partida, desde la aceptación de quien sabe que no hay vuelta atrás; desde el agradecimiento de quien ha vivido con dedicación y alegría; de amor hacia los suyos.
Juan Gasó