Ana tiene 9 años. No ha dormido bien esta noche. Ayer por la tarde su estuche desapareció de repente mientras ella hablaba con una compañera. Por su cabeza pasan muchas explicaciones de lo que ha podido pasar. Piensa que se lo han podido quitar. Se siente triste y avergonzada. No se lo ha comentado a nadie. Camina hacia el cole arrastrando los pies, no sabe cómo enfrentarse a esta situación. Entra en clase, descarga su mochila, la de los libros, mientras la mochila de emociones la continuará llevando a cuestas hasta que se la situación se resuelva. A Ana, hoy, la primera clase, la de matemáticas, le importa un poco menos que ayer. Su cabeza está en otra parte. Su profesora abre el libro por la página 10. No sabe que Ana, hoy no aprenderá mucho. 

Esta es solo una situación de tantas que se pueden dar en un centro educativo un día cualquiera. Alumnos que salen de casa con sus mochilas emocionales llenas de historias que no saben identificar, no saben expresar o no saben resolver. Profesores que también salen de casa con sus propias cargas emocionales, las del trabajo, pero también las de sus propias vidas. Con una parte de sus mentes ya ocupada y un espacio libre que les permite cumplir el objetivo de la clase de hoy con poco margen para imprevistos. Padres y madres con prisas atienden también sus dos vidas, la personal y la profesional mientras esperan en un semáforo. No quedan fuerzas para la creatividad.

En definitiva, una comunidad educativa con sus propias mochilas emocionales. Cada uno se enfrenta al día como puede, sintiendo sus emociones en solitario e intentando centrarse en lo que se espera de cada uno de ellos. Con la motivación ajustada a los tiempos y al expediente que hay que cumplir. Ninguno de ellos ha aprendido mucho sobre las emociones. 

Nuestro sistema educativo, el que tenemos, atiende muy de puntillas a las emociones en los centros. Si miramos hacia atrás, podemos decir que se ha recorrido un grato camino en este sentido, pero si miramos hacia adelante…queda mucho por avanzar. 

Imaginemos cómo serían las aulas si introdujéramos la gestión emocional. Serían centros que empezarían desde el principio, es decir, trabajarían las emociones en las edades más tempranas para que se autoconozcan bien desde pequeños. En ellos, trabajarían docentes familiarizados con las emociones. Las conocerían, las describirían, las identificarían en ellos mismos y en los demás y podrían atender las emociones de sus alumnos, aceptándolas, aceptándolos, para que cada estudiante pudiera ofrecer lo mejor de sí mismo. 

Conocer las emociones es el primer paso para conocernos a nosotros mismos. Si nos conocemos emocionalmente podemos dar respuesta a muchos comportamientos del día a día. 

Conocer nuestras emociones es el primer paso para conocernos a nosotros mismos.

Gracia Vinagre

Un docente que se autoconoce es un docente que se autocontrola y que sabe gestionarse para llegar al objetivo que se proponga. Es un docente que se respeta y respeta a los demás, que comprende y espera, que sabe comunicarse asertivamente y sabe cuidarse cuando no tiene un buen día. Un alumno que conoce las emociones puede hablar de ellas en clase, puede escuchar y tratar de empatizar con el compañero, puede resolver con más facilidad conflictos, puede prevenir una enfermedad mental si habla sobre lo que le pasa y sabe motivarse sin necesidad de tantos refuerzos externos. Si los alumnos y alumnas aprenden en sus aulas a trabajar las emociones estamos avanzando hacia la tolerancia, porque cambiaremos los juicios por los entendimientos; disminuiremos los casos de bullying, porque si un niño siente rabia lo habrá hablado en clase o el profesor se habrá dado cuenta antes y ese niño estará atendido antes de que lo pague con el que más pasa desapercibido. Si un niño está triste, sabremos que su rendimiento bajará y que no será porque no quiera trabajar, sino porque ahora le cuesta más esfuerzo. Si un niño está inquieto, el profesor podrá ofrecerle pautas para calmarse o para calmar a toda la clase y esos aprendizajes les acompañará en situaciones estresantes toda la vida.  

Educar en emociones es aprender a mostrar lo que muchas veces nos han enseñado a ocultar. Es ser más auténticos y vivir en verdades más verdaderas. Es aprovechar las emociones para aprender, enseñarles a automotivarse para aprender en la vida. Educar en emociones es preparar a la sociedad del futuro de una manera más sólida, darle herramientas para afrontar las cosas buenas y malas e invitarle a confiar en ellos mismos para salir adelante. 

Hoy, con los tiempos que estamos viviendo, muchos jóvenes y cada vez más niños están presentando estados emocionales muy negativos. Están desmotivados, apáticos, tristes, sin brillo en los ojos. Si en casa se expresamos las emociones y si en clase, las mochilas emocionales pesan menos, nuestros hijos, nuestros escolares irán más livianos por el mundo y con la seguridad que da ser uno mismo y sentirse aceptado por los demás. 

Gracia Vinagre

Psicóloga

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