Con cada nueva temporada nos marcamos nuevos propósitos.

¿Será este el año definitivo para consolidar mi inglés?

¿Lograré asistir con regularidad al gimnasio este año?

¿Conseguiré dejar de fumar tras el verano?

Septiembre y enero son por excelencia los meses en donde nos solemos marcar nuestros objetivos anuales. Es tiempo de renovación, llegamos cargados de energía tras las vacaciones y nos sentimos confiados en que este año definitivamente lograremos cumplir con nuestros objetivos.

Sin embargo pasadas unas semanas la rutina y la pérdida de ilusión hace que esas metas se desvanezcan en el olvido,…. un año más. ¿Qué nos pasa? ¿Qué nos ha sucedido entre medias que ha provocado que lo que en su día tuviera tanto sentido ahora ya no le tiene?

Una de las habilidades intra personales que detectó Daniel Goleman en las personas emocionalmente inteligentes fue la habilidad para auto motivarnos y la definió como las tendencias emocionales que guían o facilitan el logro de nuestros objetivos. Dentro de la motivación distinguió entre la motivación al logro como aquella que nos lleva a esforzarnos por mejorar o satisfacer un determinado criterio de excelencia y el compromiso, factor necesario para secundar los objetivos individuales o del grupo en los que estemos ubicados.

Permitidme llegados a este punto ser un poco transgresor. Los objetivos no están para cumplirlos. Están para darnos una dirección. No es tan importante que los hayamos cumplido como el que apunten a una dirección. ¿Y dónde apunta esa brújula? Pues aquí es donde entra el tema de este post, deberían alinearse con el significado y el propósito. Y aunque esos términos suelen utilizarse indistintamente existe una distinción que introduce un importante matiz.

El propósito es el objetivo último, el fin que desea alcanzarse. El significado es la manera en que entendemos nuestra vida contemplada desde el largo plazo. Tiene que ver con la forma en que ocurren las cosas, independientemente del resultado final.

A partir de aquí podemos empezar a combinar estos dos términos y analizar si nuestros intentos fallidos están contemplados en alguna de estas combinaciones. ¿Podemos tener una vida con propósito pero sin significado? En mi opinión es más que posible y muy frecuente. Suelen ser “objetivos alimenticios” es decir sirven para llenar la nevera y en ocasiones son los que más solemos abandonar ya que al carecer de significado nuestro nivel de compromiso es menor.

La siguiente combinación sería tener una vida con significado pero sin propósitos. En este caso nos encontramos ante una vida plena pero que momentáneamente carece de un propósito. Esta situación suele generar angustia, pues nos encontramos faltos de motivación y solemos confundir con que nos falta significado. Siempre y cuando se trate de una situación transitoria no debería generar mayores problemas.

La tercera combinación se me antoja la más compleja y descorazonadora, se trata de no encontrar ni sentido ni tener propósitos. Sin lugar a duda el peor de los escenarios que requerirá un esfuerzo por nuestra parte por indagar en nuestro interior en busca de ellos.

Por último nos encontramos con la combinación ganadora, cuando nuestra vida tiene significado y propósito. De esto saben mucho las religiones que durante siglos se han dedicado a otorgar significado y propósito a sus fieles, eso sí, las suyas. Hoy en cambio en las sociedades desarrolladas donde la religión ha perdido influencia es más complejo encontrar personas que tengan bien definidos ambos conceptos y por la vida, deambulando sin dirección y con vidas carentes de significado.

Encontrar propósito y significado a la vida ha sido una cuestión planteada por todos los filósofos desde hace más de 2.500 años. Fue Sócrates quien dijo “Una vida no indagada no merece la pena ser vivida”. La inteligencia emocional puede ser una buena herramienta, como lo es la filosofía, para profundizar en el auto-conocimiento y buscar aquello que realmente hace que nuestra vida esté llena de propósito y con significado, en definitiva una vida que merezca la pena ser vivida.

Fernando Gastaldo

Vicepresidente ASNIE

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