MI EXPERIENCIA
A lo largo de los años me he dado cuenta de lo importante que es nuestra forma de reaccionar/actuar ante las cosas que nos suceden, bien sea a nosotros directamente o a nuestro entorno.
Cuando tenía nueve años perdí a mi abuelo materno en un accidente, nueve años después perdí a mi abuela materna de la misma manera, fue muy duro. Con mi abuela materna tenía una relación y un vínculo muy especial y en aquel momento tuve que aprender a ser resiliente y salir fortalecida de aquella situación.
Cuando pienso en mi abuela pienso en su SENCILLEZ, lo bien que te hacía sentir con “pequeñas” cosas. Al salir del colegio, me ofrecía un par de mandarinas para merendar (ella sabía que me gustaban mucho), y las comía sentada en el escalón de su cocina desde dónde podía contemplar el atardecer a través de la ventana. Ahí, en ese momento, el tiempo se paraba. Su presencia…
Me costó mi tiempo, pero lo conseguí, conseguí valorar y llevar siempre conmigo todos los aprendizajes que mi abuela me había enseñado y me sirvió para apreciar aún más cada momento.
Nos lo pasábamos muy bien, jugábamos, reíamos… Y siempre me lo recordaba:” Mónica, en esta vida cada momento que puedas disfrutar, hazlo, siempre sin hacer daño a nadie, porque la vida va de eso “.
Pasaron algunos años más y nació mi hijo, una preciosidad, pero llevaba con él un gran aprendizaje. Desde su nacimiento, ahora ya tiene 17 años es alérgico anafiláctico a la proteína de la leche de vaca. Desde los primeros meses de vida lo que era la base de la alimentación de los demás niños para mi hijo era un gran veneno, simplemente con ingerir una gota de leche de vaca su vida corría peligro, es más, en cinco minutos la podía perder si estaba en contacto o tomaba el alérgeno.
Con unos 4 años me pidió un zumo de frutas, estábamos en un supermercado haciendo la compra, leí los ingredientes y lo puse en el carro. Al salir por caja y pagar se lo di, dio un sorbito, y me dijo: “Me pica la lengua”, a los pocos segundos “Me duele la tripa” y ahí yo ya me temí lo peor. Empezó a desvanecerse y saqué una de las inyecciones precargadas de adrenalina y se la pinché. Poco a poco fue volviendo en sí, al pasar unos minutos empezó a hincharse por fuera. Pedí ayuda y llamaron al 112, vino una ambulancia y nos llevaron al hospital. Antes de que llegara la ambulancia lo tuve que volver a inyectar otra dosis de adrenalina ya que empezaba a ahogarse. Ya en urgencias le hizo falta una tercera dosis de adrenalina. Pasó la noche en la UCI en observación. Fue un sorbito de zumo de frutas que llevaba un 7 % de leche desnatada de vaca, yo leí el etiquetado y esa línea la salté, fue un error mío. Cuando me di cuenta al decirme que le picaba la lengua y volví a leer los ingredientes yo sabía lo que estaba pasando y mientras le inyectaba la adrenalina le pedí perdón y él me contestó ” mamá, no me tienes que pedir perdón, tu no lo has hecho queriendo”.
Ahí tuve que trabajar mucho para transmitirle a mi hijo que lo más importante para mí, para nosotros, la familia, era que él fuera feliz. No importaba lo que pudiera o no pudiera comer, lo importante era que su vida no corriera peligro y que él estuviera bien.
En plena adolescencia es un niño completamente feliz, es responsable y cuida lo que puede comer.
Ha sido un gran aprendizaje vivir estos años con esa tensión que es no poder comer lo que comen los demás niños y ya no solo eso, también evitar el contacto, las trazas…. pero en cambio una vez más hemos salido fortalecidos de esta situación y valoramos muchísimo más el estar bien, el poder correr, el jugar a fútbol que le encanta y disfrutar cada momento como estábamos comentando.
Alguna vez se ha quejado de que he sido muy pesada diciendo y recordando todo el protocolo:
-¿Llevas tu comida?
-Acuérdate, no toques ni comas nada que no sea lo tuyo.
-Revisa si llevas la adrenalina, recuerda, tiene que ir siempre contigo.
Salvo este comentario de “mamá, eres muy pesada, tú sabes si me lo has dicho veces… no te preocupes que lo sé”. Le hemos ido ayudando y él también nos ha ayudado a nosotros a llevarlo mejor en comentarios como estos: “no os preocupéis por mí, yo sé lo que tengo que comer”, “tendré cuidado”, “soy responsable”.
A nivel profesional soy diseñadora cerámica desde hace unos 23 años, he estado en ambientes competitivos y a veces duros, pero a fecha de hoy lo que más me llama la atención de todo este recorrido son las personas, las personas con las que he estado trabajando, las personas con las que he compartido tantas horas, el cómo hemos ido consiguiendo en diferentes situaciones el resultado que buscábamos, el cómo hemos aprendido de todas ellas… Tantas cosas.
Un ejemplo sería como con uno de los compañeros que trabajamos varios años juntos en el mismo equipo conseguimos sacar lo mejor de cada uno. Tras un periodo de conocernos e ir trabajando juntos fuimos viendo qué cualidades y capacidades teníamos. Lo hablamos y conseguimos trabajar haciendo cada uno lo que mejor se nos daba, así éramos más productivos, el resultado mejor y nosotros trabajamos muy a gusto. Conseguimos comentar en cada momento las cosas como eran, sin juicio, y aportar lo mejor de cada uno en cada situación/proyecto.
A nivel general me quedo con eso, cómo he ido creciendo y aprendiendo con cada persona con la que he trabajado. Y qué he podido dejar yo de positivo.
Mónica Ferrando