El amor como aliado interior de nuestra salud

El amor como aliado interior de nuestra salud

“Padecemos una especie de subdesarrollo emocional que nos impulsa a ciertas conductas autodestructivas, tanto en nuestra vida pública como en la privada. Nos urge encontrar un camino que nos permita hallar una manera de ser más sanos, y ese camino está íntimamente relacionado con la inteligencia y las emociones. El amor es la emoción que mejor simboliza la salud del hombre, es todo lo opuesto a la agresión, al miedo y a la paranoia, que a su vez representan la patología que nos desune”. Claudio Naranjo (1984).

El amor puede parecer una emoción poco científica. Al ser una emoción tan intensa, tanto en lo bueno como en lo malo,  parece interesar más a los editores de las revistas de sociedad que a los de las revistas científicas. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, el amor es una emoción extrema que nos lleva a comportamientos, en algunas ocasiones, también extremos como la violencia, el suicidio, el homicidio o el delito, que debe ser y es investigado. 

El amor es una emoción secundaria, no porque no sea importante, sino porque es diferente de las emociones primarias, o genéticas, que nos hacen sobrevivir, emociones como el miedo, la tristeza, la alegría, el asco, la ira y la sorpresa. Pero el amor, no viene en los genes, sino que surge y se desarrolla en relación con otras personas, y en ocasiones, esta relación interpersonal se trunca, incluso en los primeros días de vida.

El amor, no viene en los genes, sino que surge y se desarrolla en relación con otras personas

Los bebés que, sin necesidad de ser maltratados o abusados, tienen constantes carencias afectivas en sus primeros años de crecimiento tienen un desarrollo neuronal más lento e incompleto, por tanto, para estimular el crecimiento y la maduración cerebral es preciso que los bebés humanos reciban caricias, abrazos, besos y palabras cariñosas. Los niños que no se sienten queridos, o que crecen en un ambiente frío, hostil, agresivo o negligente, no saben amar y pueden acabar desarrollando trastornos psicológicos graves. Las consecuencias de las carencias afectivas sufridas durante los primeros años de vida son terribles, pero, no siempre irremediables.

Desde la filosofía oriental se afirma que el amor se puede entrenar y cuando se consigue amar, se llenan los vacíos afectivos que uno mismo sintió en el pasado: “Si se desarrolla en toda su intensidad, el amor es un cuidado y una atención dirigidos hacia todos los seres de este mundo por igual, individualmente y sin reservas. Hay amor cuando uno se interesa de manera profunda por el bienestar, la felicidad y la prosperidad de otra persona, conocida o no, de un animal o de cualquier otro ser. Cuando se siente amor por alguien, no sólo se desea que éste sea feliz, sino que sea inmensamente feliz, existe un anhelo intenso de que, en verdad, se encuentre bien y también un entusiasmo inagotable que desea su desarrollo y progreso”.

Para los maestros orientales en el arte de amar, cuando una persona ama deja de ser ofensiva y reactiva, renuncia a todo tipo de rencor, resentimiento y animosidad, desarrollando una mente amistosa, servicial y benevolente que busca el bienestar de los demás. El verdadero amor carece de interés personal, evoca sentimientos de compañerismo y simpatía hacia los otros, que con la práctica, crece sin límites y supera toda barrera social, religiosa, racial, política y económica. 

Las prácticas de meditación orientales que entrenan a las personas en el amor generan actitudes protectoras e inmensamente pacientes en la persona, como las que tiene una madre que sortea todo tipo de dificultades por su hijo y siempre lo ampara. Si el amor se cultiva adecuadamente el resultado es la adquisición de un tremendo poder interior que preserva, protege y sana, tanto a uno mismo, como a los demás.

María Elvira Vague

Psicóloga sanitaria y judicial

La muerte nace desde el primer segundo de vida

La muerte nace desde el primer segundo de vida

Todos los días los comenzamos despidiéndonos de la vida y aquel día gota a gota
caía la morfina hasta llegar a ella, causante de sus delirios creía yo, su cara estaba
decorada con una sonda nasogástrica, los días se empezaron a contar en sentido
contrario a la vida…
 ¡Apunta niña! Me dijo contundentemente. Yo siempre llevaba una agenda junto
con una pluma, y cómo si de una lista de la compra se tratase, apunté.

Detallaba cronológicamente los hechos de su vida, hechos que le hubiesen hecho
sentir bien y mal. Desde un día que, bajo el sol de aquel pueblo de Cuenca, empujó
a su mejor amiga por comerse un tomate directamente de la mata, si, esto no
tendría significado ni sentido, y tampoco lo tendría como vivía sus experiencias en
su adolescencia por aquellas calles de Enguídanos. Ni siquiera lo desolada que
quedó tras su viudez, o cuando cambió el pueblo por la ciudad. Nada de todo esto
tendría valor … hasta que añadió: Niña, quiero un buen morir ¡Pronto me iré!
Yo no caí en esas palabras, no me mimeticé con la frase hasta pasados unos
minutos. Mi mano empezó a temblar.

Dejó palabras para personas que habían estado en su vida: padres, amigas, hijos y nietos. Palabras que ella necesitaba expresar, y a mí, a mí me dejó; ¡saber dejar ir sin dolor! 
Mi abuela tenía la necesidad de decir que se iba de aquí, de vivir esos últimos
instantes, necesitaba que alguien la creyera y cumpliera sus últimos momentos
vividos.

Ahí empecé a desarrollar “El buen morir “. Me especialicé después de su ausencia
física, en acompañante de duelo, en enfermos terminales, en buscar más allá de lo
que vemos.
Entendí que tanto paciente como pariente necesitan hacer un trío con la muerte,
decirse lo que se aman, lo que se reprochan, lo que queda pendiente, necesitan
decirse hoy te amo, mañana ya te lloraré.

He visto jóvenes, ancianos y familiares míos con ganas de poder abrazar ese adiós
con todo dicho; y familiares aferrados a un dolor anticipado a el momento preciso.
Nos auto enseñamos a saber actuar en el desapego, en el control con cierto
descontrol, pero no nos preocupamos en sabernos despedir desde la realidad,
rompiendo silencios absurdos en las camas, lloros en pasillos de hospital,
habitaciones a oscuras junto con susurros ahogados en lágrimas. Olvidando que
mientras hayan minutos de vida hay palabras que se pueden decir más allá de los
oídos dormidos de quién se va. Abrazar a ese cuerpo en los últimos instantes,
decirle gracias, perder por un momento el dolor que nos va a causar esa marcha y
sumergimos en lo real que puede ser ese adiós…dar un buen morir es parte de un
buen vivir.

Meram Luján

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