8 costumbres muy sanas

8 costumbres muy sanas

Muchas son ya las personas que conocen el secreto del bienestar en pareja o en cualquier tipo de relación personal. Lo puedo desvelar ya sin esperar al final del artículo. Tener una buena relación contigo mismo.  

Todos conocemos a alguien, y si no lo conoces es que eres tú, que cuando se levanta por las mañanas, está pensando en lo que tienen que hacer los demás. Mi pareja: seguro que no ha hecho eso que le pedí.  Mis compañeros de trabajo: a ver si adelantan la tarea porque hasta que no terminen su parte yo no puedo continuar. El repartidor: si no me llega este material hoy, quedaré mal con mi cliente. Mis alumnos: Como no estudien con tiempo suficiente suspenderán y no estarán motivados con mi asignatura. 

Estas situaciones cotidianas tienen algo en común:

-En este momento no dependen de nosotros mismos, pero en todas ellas tenemos una pequeña parte de responsabilidad. Que es sólo eso, una parte. 

-Nos ocupa mucho espacio en la mente lo que otras personas deben hacer.

-Esos pensamientos no nos permiten centrarnos en lo que de verdad sí podemos avanzar. 

-Todas son situaciones que nos estamos imaginando, son futuras y no han ocurrido. 

-Nos invaden las emociones negativas hacia otros.

-Entramos en bucle.

-Perjudicamos nuestras relaciones. 

Vamos a preguntarnos: ¿qué gano pensando así? NADA. Lo único que hacemos es cabrearnos con el resto del mundo cuando los demás no se han dado ni cuenta, ya que la situación en realidad no existe, es futura. 

Entonces ¿qué podemos hacer para sentir mayor bienestar en nuestras relaciones? 

Algunas costumbres que pueden servirnos son: 

1-Ayuda a otros en la medida que podamos, ya que el retorno suele ser positivo y multiplicado. Cuando estás disponible para alguien, esa persona automáticamente se  vuelve disponible para ti. 

2-Entiende lo que depende de ti para tomar acción y sentirte muy satisfecho con el resultado. Si lo conseguimos aumente nuestra felicidad.

3-Piensa qué puedes hacer ahora mismo para alcanzar esa meta que es tuya propia. Cuando las metas son elegidas por nosotros mismos, les ponemos más pasión.

4-Tienes que saber que la gran mayoría de las personas tienen buena intención con sus actos hacia ti. Seguramente no les habías expresado bien lo que necesitabas. 

5-Permítete tiempo libre para desconectar si algo te está bloqueando. Te lo mereces.

6-Si no ha ocurrido… ¡aún no existe! No culpes a otras personas anticipadamente… y a ti tampoco. 

7-Siempre habla bien del resto de personas. A nadie le apetece estar con gente que habla mal de otros, se pierde toda la energía.

8-Cuando alguien haga algo que te guste, díselo! No te cortes, el trabajo bien hecho merece recompensa

No somos perfectos y tener emociones negativas es tan “normal” como tenerlas positivas, por eso cuidar la relación con nosotros mismos es lo mejor que podemos hacer. Hablarnos bien, no sentirnos culpables de nuestros pensamientos, y sobretodo pedir ayuda cuando la necesitemos. 

Te sorprenderás de los resultados tan grandes con unas acciones tan pequeñas.

Te reto a ponerlo en práctica.

Eva Diez
Adicción: Refugio emocional erróneo.

Adicción: Refugio emocional erróneo.

Siempre les digo a mis pacientes que cuando alguien tiene un problema de adicción es la punta del iceberg lo que se ve. La adicción eclipsa un mundo complejo y enmarañado al que le es difícil salir.

Desaprenden formas de gestionar el dolor emocional, como lo harías tú o yo. Es decir, si piensas en algún momento de tu vida donde aparece la frustración, el estrés, la ansiedad, la ira, etc… por tanto, malestar emocional intenso, solemos canalizarlo haciendo deporte, hablándolo con alguien o viendo una serie. ¿Verdad?

Pero cuando entras en ese círculo vicioso, el dolor emocional es gestionado de la única forma automática que saben, mediante la adicción. Es un refugio emocional para ellos que momentáneamente les alivia, pero la realidad es que hace que los problemas se magnifiquen.

La adicción se convierte en una espiral que va enlazando por tanto, parche sobre parche, y como he comentado antes, desaprendiendo para automatizarlo con la adicción.

Por poner un ejemplo. Imagina que llevas una semana con varios problemas acumulados, varias discusiones, no estás durmiendo bien, tienes problemas con tu pareja y no te gusta lo que ves cuando te miras en el espejo, y ese día, te tomas un par de cervezas donde encuentras que parece que los problemas son menos problemas…. 

Días más tardes, en una situación parecida, tu cerebro te recuerda lo bien que te sentaba y qué bien te iba ese par de cervezas, y lo vuelves a hacer. Con lo que poco a poco, vas refugiándote en el alcohol, en vez de enfrentarte a lo que temes, y ser resolutivo. 

La adicción hace que nos anulemos emocionalmente. Aparece lo que llamamos el personaje, y empezamos a activar ese piloto automático, que parece que no siente, que no percibe en el espiral donde se está metiendo. Y es entonces cuando empiezas a vivir la vida de una forma anestesiada. 

¿Te sientes identificad@? ¡Aprende a vivir la vida sin anestesia emocional!

Por Marian Martín. Directora y Psicóloga de IAN DE PSIQUE.

El miedo

El miedo

¡Mamá tengo miedo!

¡Miedo! ¿A qué hija mía?

Al monstruo negro que está en la pared, y que me viene a buscar cuando estoy en la cama.

¡Qué no niña mía, que no! ¡Qué los monstruos no existen!

Y así una no combate el miedo, aprende a buscar consuelo en conejitos y muñecas que abrazan la noche teñida de músculos contraídos y agudeza sensorial.

¡Luis tengo miedo!

¡Miedo! ¿A qué preciosa mía?

A que todo esto esté mal, a que mis padres se enteren, a que me haga daño, a que ¡luego que pasará!, a que no sé lo que debo hacer, a quedarme embarazada.

¡Qué no preciosa mía, que no! ¡Qué yo te quiero y lo demás no existe!

Y así una aprende a buscar en el tabú y en lo prohibido las justificaciones que te hacen “mayor”, una aprende a vencerlo desde la mentira, una aprende a mezclar los sentimientos con la razón.

¡Marisa tengo miedo!

¡Miedo! ¿A qué amiga mía?

A la responsabilidad, a fracasar, a quedarme sin trabajo, a que Jorge me engañe, a que el niño venga bien, a sufrir.

¡Qué no amiga mía, que no! ¡Que eso sólo son fantasmas que no existen, sólo son tus pensamientos!

Y así una no combate el miedo, aprende a darle la cara, a rebozarlo con carácter, con lucha, con tesón y alegría, y acaba una creyendo que se ha comido el miedo porque debe empezar a comer de los miedos ajenos.

¡Hijo tengo miedo!

¡Miedo! ¿A qué mamá mía?

A que no te vaya bien en la vida, a que te equivoques, a que sufras, a que tengas miedo.

¡Qué no mamá mía, que no! ¡Qué yo sé bien lo que hago, que ya no soy un niño!

Y así una retoma el otro miedo, aprende a tener miedo para los demás, aprende a ser valiente sobre todo con los seres queridos, haciéndose fuerte y débil a la vez, adornándolo con experiencia que es el lazo más apropiado. 

¡Maribel tengo miedo!

¡Miedo! ¿A qué Maribel?

Pues tengo miedo a que ya no tengo miedo

Y así el miedo se convierte en un bastón donde sabes te has apoyado toda la vida y, sin darte cuenta te ha acompañado durante el transitar y al final, ya no tiene fuerza sólo en la forma, ya no te paraliza, ya te advierte que enfrentes las cosas.

Te permites diferenciar el enfrentar al afrontar.

Enfrentar con batalla, con cierta resistencia sabiendo que al final recogerás cadáveres en algún u otro lugar.

Sin embargo, al afrontar, con actitud de reto de logro de estímulo por crecer, solo sacudirás el polvillo que ha podido dejar el esfuerzo y el valor.

¡Eso sin miedo!

Con conciencia del miedo ajeno y lejos muy lejos de todos los que uno ha sentido hasta ese día.

Maribel Genzor 

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies